Más de las palabras

He escrito aquí varias veces sobre las palabras, esas que aprendemos de muy pequeños para darle nombre a las cosas que nos rodean y que se convierten luego en nuestra forma de entendernos con el mundo hasta identificar nuestro carácter. Aprendemos escuchando pero una vez que descubrimos cómo decir las palabras, olvidamos escuchar lo que los otros dicen y nos ocupamos cada vez más de hablar y hablar.

Las palabras nos vuelven gentiles o lo contrario, nos vuelven muchas veces graciosos, únicos y muchas veces hasta insoportables.  

Cuántas veces soltamos juicios de valor, o nos referimos a cosas que tienen un nombre simple, por el más difícil, o por aquel que tiene una connotación negativa, insultante... y digo, ¿para qué?

Estos días he compartido con una persona que para referirse a la mascarilla que llevamos las personas para prevenir el virus, habla de "taparse el hocico" u otra que para hablar de las llamadas que recibe de vendedores por teléfono, dice "otra vez me llaman estos ladrones" así de simple, como si asumir que alguien llama para robarte fuera así de sencillo... ¿nos estamos escuchando realmente?

Creo que así como es necesario e importante cuidar toda la información que consumimos, es preciso cuidar lo que decimos, porque se convierte al mismo tiempo en lo que consumen los otros, creo que no nos estamos preguntando si realmente aporta, o estamos disfrutando de ese pequeño poder que nos da el poder decir lo que queramos para tratarnos mal, empezando por nosotros mismos.

Si miramos un poco más allá, podemos observar cómo tratamos a los niños, cómo aprenden desde pequeños, a que las palabras duras te dan poder y autoridad y entonces, al crecer, tan pronto tienen la oportunidad, repiten. ¿por qué no les enseñamos a escuchar y escucharse? ¿es muy difícil renunciar al poder que nos dan las palabras de adulto y romper ese horrible círculo?

El mundo necesita más gentileza y el lenguaje es lo que nos identifica como especie, no es tan difícil usarlo para vivir mejor. 



Comentarios

  1. La palabra es como un arma. Una vez disparada puedes arrepentirte, pero ya fue lanzada

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