De viaje I

Viajar es un placer muy especial. 

Disfruto la posibilidad de sorprenderme encontrando cosas nuevas, gente de cada lugar, espacios desconocidos, olores, sabores, colores diferentes, culturas lejanas. Caminar sola por una ciudad tiene encanto, generalmente me pierdo, veo los mapas al revés y finalmente ese caminar sin mayor preocupación por llegar a algún lugar en especial me regala instantes profundos conmigo misma y con el mundo.

Muchas veces me ocurre por casualidad. Las cosas se alinean de tal manera que me llevan a nuevos lugares. Así he conocido mundos nuevos que le dan sentido a alguna parte de mi, de lo que por momentos siento y pienso.   

Me acuerdo ahora de una caminata por La Habana Vieja...pasé por la misma plaza varias veces dejándome atraer por su encanto, plaza en la que finalmente me senté a tomar un mojito y a pensar en todo lo que vi en ese intenso lugar. 

Una tarde caminando por la ciudad de Berlín, en un invierno en el que oscureció temprano y las calles me contaron historias de guerra y paz, de resiliencia, de volver a nacer. Viajar en tren viendo el campo francés con algo de música es una experiencia difícil de explicar.

Buenos aires y sus calles, sus teatros... Madrid entre la gente, maravillarme con el espíritu del sitio, recorrer las plazas, ver tanto arte, belleza, fuerza. Y así tantos otros lugares y experiencias que me han tocado la vida de alguna manera.

Este caminar sola me regala tiempo para pensar, para recordar las charlas en la mesa de mi abuelo, para encontrarme un poco y descubrir lo que en mi vida es indispensable.

¿Es posible encontrar un mejor espacio para aprender de la soledad en un lugar desconocido?

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